miércoles, 5 de mayo de 2010

27 de Abril: La Maroma, Almagro


Cuando uno va recorriendo las calles de Almagro ya respira el aire de barrio, del típico barrio porteño.
Tomando por Corrientes, al doblar por la calle Mario Bravo, se ve una calle oscura pero bastante transitada. Y llegando a la esquina de Humahuaca, una extraña iglesia, una estación de servicio y un local del cual no recuerdo rubro comparten la intersección con el bodegón de la fecha: La Maroma.

El anfitrión: Pedro Octavio Merlini.
Los huéspedes: Ricardo Galarce, Marcos Ruete, Nicolás Alvarez, y su servidor.
Los que brillaron por su ausencia: Francisco Dávalos y Marcos Gerlero.

Hay una frase popular que dice "A veces no sólo hay que ser, sino también parecer". Y la verdad es que al menos desde la calle, cuando uno se para frente a la puerta, este bodegón bien se parece a lo que acusa ser, tal vez demasiado. Y digo tal vez, porque no es de buen gusto ir diciendo lo que uno es. Imaginen sino a Ghandi con un cartel que rece "Premio Nobel de la Paz" o que la remera de Messi en vez de su apellido diga "El mejor del mundo". Cuando se es y se parece, no hacen falta aclaraciones. Pero bueno, es esta una exquisitez del relator que en nada empaña el resto de las bondades del lugar. Ya sus ventanas, toldos y paredes dan cuenta del variado menú, como para que uno entre en un mar de dudas al momento de elegir uno de los 370 platos diferentes. La tipografía de la gráfica denota un profundo arraigo a la tradición barrial porteña, que no se deja vender por gobiernos de tal o cual color, de políticas económicas liberales o proteccionistas, que no sabe de temporadas ni de ciclos económicos: es simplemente inmutable.

Al entrar uno es bien recibido por los empleados y dueños, con atención pero no desvelo, ni fiesta ni funeral. Y entre las mesas, bastante cerca unas de las otras, se puede llegar a la mesa designada, cuadrada, por supuesto, para poder ser reacomodada con velocidad en caso de que falle algún comensal.

La señorita, amable pero inexperta, como queriendo parecer alguien que no es, le ofrece la carta. Variada, basta, invita a recorrerla íntegramente.
Una soda de dos litros, un agua de dos litros. Ambas, muy necesarias y más que suficientes, acompañaron primero un San Felipe Cabernet, bueno pero encorchado por la impericia de nuestra temporaria servidora. Después, un Los Arboles Malbec que no tenía mucho para contar, o será que tal vez no lo he sabido escuchar, ya que a nuestro querido amigo Alvarez en apariencia y sito a la cantidad bebida, pareció encantarle.

La entrada no ha sido de mi sorpresa, ni mucha variedad ni mucha elaboración, pero con algunos sabores típicos promete buena cocina. La provoleta es excelente, pero cualquier gastronómico que se precie no puede fallar en la cocción de este manjar pues no presenta demasiada complejidad. El morrón al provenzal, que no he probado por mi aversión al ajo, parecía de buen gusto a juzgar por las caras de mis compañeros comensales, que no temen al hedor posterior.

Los platos fueron asomando en tándem, como si el chef supiera que nuestra intención era probar cada uno de ellos. Y sin poder detectar mayor lógica en su orden, es justo aclarar que mucho influyó en el ánimo al momento de la degustación.
En primer lugar, una sabrosísima costilla de cerdo a la riojana, con jamón y dos huevos fritos y acompañada con papas nos prometió una cocina sorprendente.
El Gran revuelto gramajo vino luego, y más por error del solicitante que por mala praxis del cocinero, se hizo notar la sequedad de la que adolesce este plato si uno no lo ordena "babé".
Terceros vinieron los ñoquis a la parisienne. La a priori exquisita salsa mezcla de jamón, hongos, ave y crema no lo fue tanto, y terminó opacando el gusto de la pasta, que parecía excelente. Los comensales castigaron duro este desliz, dejando en el olvido, merced del frío, una interesante porción del plato, seguramente procesado posteriormente en forma de croqueta.
Enseguida hizo su aparición tal vez el mejor plato de la noche, un gran lomo al marsala. Las arvejas son como nectar para mi paladar, y la panera se ahogó en ese exquisito mar de salsa. Exquisito.
Finalmente, y ya para cuando los cinturones aflojaron su presión, llegó la cazuela de mariscos. Debo confesar que mi apetito ya había sido satisfecho y no tenía espacio para el más mínimo bocado más, por lo que voy a privarme de comentarios.

No recuerdo bien su nombre, o cómo figuraba en la carta, pero el postre bien podía jactarse de tener al menos una parte de todo el resto de los postres disponibles. Una copa que simplemente lo contenía todo. Helado, frutas, dulce de leche, mousse. Mi memoria me traiciona, pero es que adivinar su composición es tal vez una misión imposible. Para compartir, un excelente cierre.

Al momento de llegar la cuenta, los comensales nos preguntamos cuánto podría costarnos ese terremoto de hidratos de carbono, proteínas y grasas. Tal vez no sorprende, pero si que deja un pequeño sabor a mucho. Como si en ese mismo momento uno se planteara que los platos no habían sido tan buenos como creía. Pero no permitamos que se empañe la noche por la codicia del administrador, hemos pedido sin reparos y la comida ha sido de mayor gusto.

La atención ha sido amable. El ambiente amigable. La compañia muy grata.
La salida del lugar nos encuentra, como siempre, estirando la charla y los vientres para generar al menos un espacio que permita aguantar el metabolismo un rato más hasta llegar a casa.

Ha concluído una jornada más de esta habitual comida mensual.
Espero encontrarlos nuevamente, como cada fin de mes, cuando el próximo anfitrión nos llame a su mesa, hasta que nuestros abdómenes sigan tolerando estos alegres excesos.

Salud.

Calificación (mínimo 1, máximo 5)
Cocina: 3
Ambiente: 5
Atención: 2
Relación Precio/Calidad: 2

NOTA: Se aclara que en el caso del ambiente, el máximo puntaje se le asigna al lugar que más se acerca al típico bodegón de barrio.