martes, 10 de agosto de 2010

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Jueves 5 de Agosto: Centro Cangas del Narcea, Palermo


Cangas del Narcea es la ciudad capital del concejo homónimo, que se halla dentro del Principado de Asturias, España, bañada por el río Narcea de quién recibe su nombre (significa garganta del Narcea). A fines del siglo XIX, la guerra de la independencia contra las intenciones imperialistas de Napoleón Bonaparte provoca una inmigración masiva de cangueses (aunque el corrector automático no lo reconozca, este es su gentilicio) hacia América del Sur, sobre todo hacia Buenos Aires. Motivada por el aumento de la inmigración ya en el siglo XX la colectividad funda el Centro Cangas del Narcea, que tiene hoy en día su sede social sobre la calle Beruti, entre Godoy Cruz y las vías del tren, en pleno barrio de Palermo. Su comedor, transformado en restaurante, puede provocar cualquier tipo de sensación, pero seguro no será fácil de olvidar.

La historia del barrio de Palermo me resultó muy interesante, aunque por momentos maldije el instante en que empecé a ampliar mi relato culinario con este tipo de detalles. Lo que pasa es que nadie conoce a ciencia cierta el verdadero origen del nombre de este barrio. Al hacer mi pequeña investigación me encontré con diversas historias, algunas fundamentadas, otras totalmente fantásticas, y no pude llegar a una conclusión sólida. Pero voy a contarles, por lo menos, la versión más aceptada. Resulta que Juan de Garay siguió repartiendo las tierras colonizadas entre sus patrocinadores divididas en suertes (o chacras, ya hablamos de las de San Isidro en el relato anterior), y uno de los beneficiados fue Miguel Gomez de la Puerta Saravia, un criollo o mancebo de la tierra (españoles nacidos en suelo americano), paraguayo, que lo había apoyado en la expedición. Le fue entregada la chacra número siete, que a su muerte fue heredada por su hija Isabel, casada con Juan Dominguez Palermo, un italiano llegado a Buenos Aires alrededor de 1590. Dominguez compró algunas chacras aledañas, y al morir su mujer, quedó como único propietario de lo que pasó a llamarse los “terrenos de Palermo”. Algunos sostienen que su nombre proviene del nombre de la quinta de Juan Manuel de Rosas, San Benito de Palermo, situada en esa zona, aunque surgen datos oficiales de 1602 donde ya se la denominaba Palermo, por lo que prevalece la teoría del italiano. En fin. Lo paradójico de su historia es que por aquel entonces el arroyo Maldonado recibía el agua de toda la zona, desbordándose e inundando todo a su alrededor, transformando los terrenos en hediondos pantanos, a lo que se le sumaban los olores de los precarios mataderos. Hoy, epicentro de turismo, restoranes de moda, casas de diseño, productoras televisivas, no puede más que agradecer el entubamiento del arroyo que callado fluye por debajo de la avenida Juan B. Justo y que permitió, esfuerzo de los empresarios inmobiliarios mediante, ser una de las zonas más caras de la ciudad, dividiéndose en sub-zonas con nombres que de tan marketineros ya se pasan de ridículos (habían escuchado hablar de Palermo Sensible o Villa Freud?! Palermo VIP?! Palermo Glam?!).

Bueno, otra vez me excedí. Llegamos a Cangas. La mesa redonda del fondo a la izquierda nos espera. Para seis esta vez. El anfitrión, Nicolás Alvarez, mirando hacia la puerta, Marcos Ruete y Francisco Dávalos a su derecha, Pedro Merlini y Ricardo Galarce a su izquierda. Enfrente, quién relata, con la suerte de tener como vista de lujo un mostrador con la decoración más extraña (por ponerle un adjetivo). La metodología del lugar es la siguiente: se cobra un cargo fijo que incluye todo lo que uno desea pedir de la carta, salvo la bebida y el pulpo.

Así que el amable y discreto mozo empezó a traer, sin mucho recato, los platos fríos de entrada. La mesa se vio repleta en escasos segundos. Porotos con perejil, fiambres varios, vizcacha en escabeche, queso con anchoas, morrones con ajo, ensalada rusa. Los fiambres estaban aceptables, aunque no sobraron. Porotos, escabeche, anchoas, ajo… Cóctel explosivo. Los solteros no podemos darnos ese lujo, mucho menos una noche de jueves, por lo que me saqué el gusto con el queso y un poco de vizcacha que no estaba nada mal.

La entrada caliente no tardó en llegar. Unas rabas, por supuesto. Muy buenas, aunque he probado mejores. Luego una tortilla babé (demás está la aclaración, sólo un loco la pediría seca) que no superó las expectativas.

Justo antes de pasar a los platos principales, apareció un hombre que resultó de nombre Osvaldo, bota de vino en mano, para darle un giro inesperado a la noche. Bueno, tal vez no tan inesperado, porque de esto se habla en todos los sitios de internet que citan este lugar. La rutina ya tiene sus años, pero al menos para nosotros, fue algo novedoso. Y como somos débiles al dulce jugo de la uva, no tardó en cautivarnos. No hubiera sido mayor la sorpresa si se hubiera quedado en demostrarnos la habilidad de tomar vino con la bota desde una distancia considerable, al máximo de extensión de sus brazos y desde ángulos realmente difíciles, ya que el color de sus dientes lo delataba en su vocación de buen bebedor. Pero de pronto con buena voz cantaba “Ese toro enamorado de la luna” mientras que por medio de un largo chorro echaba y acumulaba el vino debajo de su lengua hasta que, entre cada verso, daba un trago y proseguía con su fasón. No quisimos ser menos, y la bota empezó a marearse de tanta vuelta que dio a la mesa redonda, hasta que de ella pudo extraerse nada más que aire. Al mismo tiempo, las copas se llenaban, también, con un Newen Malbec (bueno en realidad fueron cinco), de la Bodega del Fin del Mundo, que estaba bastante bueno, por lo que estarán imaginándose cómo podría terminar. Pero esto recién empezaba.

En lo sucesivo, la noche fue alternando entre platos y shows en vivo, entre momentos bizarros y otros alegres, entre risas e indignación. Como les anticipé, Cangas no tiene puntos medios, las sensaciones son extremas.

Osvaldo se paseaba por cada mesa repitiendo su gracia, mientras el mozo se llevaba la bandeja donde había sabido estar la tortilla, y empezaba a depositarnos las fuentes que contenían los diversos tipos de carnes que habíamos encargado. Me alegré con la posibilidad de probar ciertos animales que resultan más comunes en un zoológico o granja que en un horno. Ciervo, perdiz, conejo y cordero. Aunque terminé un poco decepcionado porque el que más me gustó fue el que mejor conocía: el cordero estaba exquisito. El ciervo no tenía buen gusto. La perdiz, con un dejo a pollo, tampoco era gran cosa. El conejo, en cambio, del que tenía las menores expectativas, terminó por gustarme bastante. Soy de los que piensan que en la variedad está el gusto, y prefiere comer poco de mucho, a mucho de poco, así que estaba conforme con esta parte de la comida. A mis espaldas, un show de flamenco con un trío de bailarinas de dispar edad, tornaba el ambiente en algo entre lo patético, lo bizarro y lo gracioso. No podía decidirme bien qué adjetivo ponerle, lo que si estaba seguro era de haber comprendido que eso de la variedad hace al gusto es aplicable sólo para la comida.

Con esta música de fondo, que por cierto no nos permitía diálogo alguno, se fueron las fuentes carnívoras y llegaron los pescados. Abadejo, trucha, chipirones. El Abadejo no tenía sabor aún excediéndose en el agregado de sal. La trucha tenía una salsa bastante interesante pero igual esperaba un poco más. Los chipirones hicieron que extrañáramos muchísimo el Vasco Francés. Acompañó una papa al natural y unas papas fritas pasables. Pasó otro show, ya ni recuerdo cuál, probablemente por el paso del vino, y pasaron los últimos platos.

Tocaba la hora del postre, y aunque ya estábamos bastante empalagados con tanta españolidad (increíblemente existe esta palabra, ya estaba creyéndome una persona creativa), nuestra más pura esencia nos exigió ordenar. Si mal no recuerdo todos pidieron flan mixto, que estaba muy bueno, salvo yo que por pretender ser distinto terminé llevándome la peor parte. La sola idea de levantar mi ánimo con unos higos en almíbar ya me hacía agua la boca, pero profundo fue mi pesar cuando me vi decepcionado por la dureza y el sabor amargo de este postre que suele ser una delicia del Edén.

Nuestro humor ya había pasado por todos sus estados, entre el minuto de fama de su dueño Jorge, precursor e intérprete magnífico del canto con la bota (que demostró además tener una voz envidiable), la tanguera mujer del ya mencionado Osvaldo, que intentó atraer al complicado público haciendo un brindis por cada una de las mesas, la subida al escenario de nuestro amigo Francisco para intentar frente a todos emular a Jorge y su bota, y un remate con temas de Sabina por parte de un cantante desconocido que realmente hacía pensar que se estaba en presencia del glorioso madrileño. Para colmo de males, llegaba el momento de la cuenta, y de no haber sido por la alegría que nos había provocado el exceso de vino y esos toques de color, hubiéramos salido bastante indignados, porque resultó altamente excesivo para la calidad de platos que habíamos saboreado, incluso si ese pulpo que vimos pasar (y que nos dejó con muchas ganas) hubiera sido parte del menú.

La atención del mozo me pareció aceptable, siempre discreta, amable y diligente, aunque creo que no supo vendernos sus mejores platos.

El ambiente merece un párrafo aparte. Y no quiero ofender a nuestra Madre Patria diciendo que los españoles tienen mal gusto. Personalmente creo que este es un yerro propio de su dueño Jorge y nada tienen que ver las costumbres ibéricas. Aunque lo que lo hace dudar a uno es que el lugar se encuentra abarrotado de objetos típicos, excesivo colorido aurirrojo, hasta un torero de yeso cuelga de una de sus paredes, justo en el centro del escenario. Pues bien, me imagino que si el objetivo es recordarles a los nostálgicos inmigrantes su añorado hogar, creo que con todo eso debe lograrlo. Y eso es lo importante.

Mi sensación, al final, es que a pesar de todo la pasamos muy bien.

Pero bueno, mi querido lector, esto se ha extendido por demás, así que hasta aquí llega esta pequeña historia. Otro mes, otra comida, otra reunión. Como siempre, espero que hayan disfrutado de la lectura tanto como yo de la escritura. Y espero que esto le sirva a alguien para tomar una buena decisión a la hora de elegir un lugar para ir a comer con amigos o con quién sea.

Hasta el mes que viene.

Salud!

Pd. Quiero dejarle en este día un muy feliz cumpleaños a mi querido amigo José.


Calificación (mínimo 1, máximo 5)

Cocina: 2

Ambiente: 2

Atención: 2

Relación Precio/Calidad: 1

martes, 3 de agosto de 2010

Ranking

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6 de Julio: El Ribereño, San Isidro


Antes de empezar quiero dejarles una aclaración. Si notan cierta subjetividad, exageración o decoración en el relato, les pido que la dejen pasar ya que fui el elector del mes, y bueno, ya saben, un poco de esto se trata, de ponerle color a la cosa...

El Ribereño queda en la localidad de San Isidro. Bueno, exactamente no se bien qué localidad, pero seguro es dentro del partido de San Isidro. Es que para los que no entendemos ni vivimos ahí, diría que desde la quinta de Olivos hasta el Reconquista, todo es San Isidro. Lo que pasó fue que cuando Juan de Garay funda por primera vez la ciudad de Buenos Aires, allá por el 1580, no tiene mejor idea que repartir las tierras de la ribera norte entre los que lo ayudaron en la colonización. Dividió toda la costa desde la Plaza San Martin hasta San Fernando en 65 chacras en forma de rectángulo, de entre 250 y 430 metros de frente por más de 5 km de fondo. Hoy en día el partido encierra 17 de esas chacras originales, desde la 47 a la 63. Podría enumerar los dueños de cada una de ellas pero sería extenderme sin sentido, sólo voy a limitarme a decir que hemos estado sentados sobre lo que una vez fue la propiedad de Ana Díaz o Domingo de Arcamendia (pareciera que justo el límite de ambas chacras pasara justo sobre la calle Chile). Volviendo, fue recién un siglo después que llegó a estos pagos don Domingo de Acassuso, proveniente de España, para construír la capilla dedicada a San Isidro Labrador, alrededor de la cual se fue formando un pequeño pueblo de labriegos, pescadores y comerciantes. El Partido tiene su protagonismo luego en la reconquista del virreinato sobre los invasores ingleses, pero dejemos la clase de historia para otro momento.

Martes 6 de Julio a las 20.30 hs, Chile 193, San Isidro.
Miguel Casabal, quien les escribe, el anfitrión y su modesta pero valiosa convocatoria que incluyó a Ricardo Galarce, Marcos Ruete y Pedro Merlini.

El lugar es un antiguo club de barrio, donde se jugaba principalmente a las bochas. De hecho, el mito dice que las mesas están ubicadas hoy donde antiguamente estaban las canchas (aunque uno no perciba ningún indicio de ello). Por supuesto quienes lo atienden son sus dueños, y mucho se habla del inteligente y ácido humor de Charly. No se si habrá sido un mal día o el hecho de que mis invitados llegaran 45 minutos después de la hora estipulada, pero creo que sufrimos más lo ácido que disfrutamos lo inteligente.

La sobria entrada de la calle Chile da al primer patio donde se encuentran algunas mesas, a través del cual se llega al salón principal, vigilado desde su izquierda por un mostrador al mejor estilo almacén de antaño. Detrás, el comandante de la batuta dirige con recelo las no demasiadas personas dedicadas a la atención de las mesas.

El simpático individual-menú nos invitaba lo clásico: escasas entradas, minutas, pastas varias, algunas carnes y los postres de siempre. Hasta ahí todo, digamos, normal. Sin embargo la casa tenía mucho más para ofrecer. No puedo explicarles el esfuerzo que hice en retener al menos uno de los nosecuántos platos que enumeró Charly en una demostración intensa de su poder de memoria y velocidad de recitación, pero creo que no lo logré. Al final, como siempre, seguro terminaríamos pidiendo la recomendación de la casa, por lo tanto sería inútil o innecesario abarrotar mi escasa memoria con esos datos, pero me hubiera gustado al menos recordar algunos como para comentarles sobre la variedad de platos que ofrece este lugar.

En fin. Empezamos por la ya clásicas rabas, a mi entender las mejores que he probado a través de este circuito de bodegones. En la previa ya se hablaba de este manjar, recomendación común entre los internautas que alguna vez habían pasado por aquí. Al principio habíamos pedido dos porciones, pero nuestro amigo Charly, haciendo uso de su imperativa y decidida actitud, nos negó una, aludiendo que sería demasiado por la cantidad de platos que habíamos ordenado. Nuestras cabezas asintieron resignadas, como tratando de justificarse con las barrigas quejosas. Finalmente, concluiríamos que había tenido razón. Peor para su economía... Pasemos al plato principal.

La orden: una pasta, un pescado, dos carnes. Nos faltó el pollo.
Primeros vinieron los ravioles de verdura con salsa de champignones y albóndigas, que estaban bastante buenos.
En segundo lugar vino tal vez el pescado más sabroso que hemos probado en nuestro periplo, una brótola con salsa de roquefort y papas a la crema. Exquisita.
Luego llegó una bondiola de cerdo también con salsa de champignones y papas fritas que realmente se deshacía en la boca. Las papas fritas no fueron un lujo.
Y finalmente, otra de los platos más famosos y reconocidos del lugar, hizo su entrada, magnánimo, el osobuco con capelettis de carne. Por suerte ya habíamos terminado los demás platos, y la moza, precavida, levantó las bandejas vacías porque la fuente casi ocupaba toda la mesa. Algunos sostienen que la comida entra primero por los ojos, otros por la nariz. Algunos simplemente se dejan transportar a través de las sensaciones que genera el gusto, los sabores, los ingredientes pasando por el paladar. Si el lector se considera dentro del primer grupo, diré que tal vez nunca llegue a probar este plato (error que casi comete uno de nuestros compañeros, hasta que pudimos persuadirlo). Un enorme pedazo de hueso con agujero (de ahí su nombre) del que se extrae la más exquisita y tierna carne, hace honor a los que dicen que la carne más sabrosa es la que se encuentra más próxima al hueso. Este tradicional plato italiano suele servirse con risotto. Los capelettis, en este caso, no le aportan demasiado pero tampoco estaban mal.
Hasta ahora, bueno y abundante. Después de un breve descanso llega la hora del postre.

Como alguno de los comensales tuvo un ataque de conciencia y decidió bajarse del menú completo, pedimos tres porciones.
El flan mixto (o misssto, como bien me recalca mi apuntalador) es directamente el elixir de los dioses.
Bombón suizo, para ponerle un poco de frio a tanta gula, rematado con un excedente de dulce de leche, como quien agranda el combo en el famoso local.
Y finalmente, como para aligerar un poco la carga, una mousse de chocolate con crema y... y... DULCE DE LECHE!!!
Lo interesante de esto es que uno de los temas centrales de la charla durante la comida fue el exceso de colesterol. No nos quedó muy claro qué tipo de comida mejoraba o empeoraba la situación, pero digamos que mucho no nos importó, y por suerte somos personas sanas... A este ritmo, no se por cuánto más. Mientras tanto, seguiremos disfrutando.

El vino que acompaño y ayudó a digerir todo cuanto se puso en la mesa fue Trapiche Malbec (3 tubos), otra de las unilaterales decisiones de nuestro querido anfitrión Charly. Igualmente se dejó tomar. Siempre se anotan un par de sifones de soda (incluso alguno cometió el sacrilegio de rebajar el vino, pero bueno...). Un dato no menor: un vaso únicamente, que se turnaba entre la vid y el mineral...

La atención de la simpática moza fue muy amable y ágil, y estuvo atinada al momento de las recomendaciones.
Lo de Charly quedó demostrado a lo largo de cada párrafo de este relato. Todo un personaje.

Coincidimos todos en que nos gustaría ver en la decoración objetos más típicos de fonda. Las paredes están blancas, sin recuerdos, sin nostalgia, sin mostrarnos que tiempos eran los de antes... Estoy seguro que bajo este techo han pasado centenares de grupos como el nuestro, personajes de todo tipo, algunos famosos, otros no tanto. Pero ni siquiera algunas fotos nos acercan a los tantos años de historias y vivencias. Este tal vez es el punto más flaco de este gran bodegón.

Y así nos retiramos, con el paso un poco más lento, con ese sabor del buen comer, con el regocijo de haber disfrutado mucho la compañía detrás de los cubiertos y las copas de vino, con la ansiedad de saber que nos espera todavía un mes para volver a repetir esta gratísima reunión de amigos. El tour de bodegones es, sin más, la agradable excusa.

Hasta el mes que viene.
Salud!

Pd. No me quiero olvidar de agradecerle a M haberme llevado a conocer este lugar...

Calificación (mínimo 1, máximo 5)
Cocina: 4
Ambiente: 3
Atención: 3
Relación Precio/Calidad: 5

NOTA: Se aclara que en el caso del ambiente, el máximo puntaje se le asigna al lugar que más se acerca al típico bodegón de barrio